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miércoles, 28 de febrero de 2018

Contraofensiva de EEUU contra la Ruta de la Seda



Quienes creyeron que el ascenso de China (y el desplazamiento de Estados Unidos del papel de potencia hegemónica), sería un camino en línea recta hacia el éxito, pueden comprobar que las cosas son mucho más complejas y que Washington conserva la capacidad de maniobrar para mantener su posición dominante.

Una guerra comercial está en curso entre Estados Unidos y China. Un buen ejemplo es el proyecto de ley presentando por dos senadores el 8 de febrero, que prohibiría al Gobierno de Donald Trump la compra de teléfonos Huawei y ZTE. El principal argumento es que el gobierno chino podría explotar las 'puertas traseras', hipotéticas o reales, de los dispositivos para espiar a funcionarios gubernamentales. En los últimos meses, se queja Global Times, Washington "ha fortalecido el escrutinio de las firmas chinas, alegando motivos de seguridad".



Es cierto que esa propuesta viola las reglas de la OMC y que va en contra de un comercio justo. Incluso puede agregarse que Estados Unidos practica un doble discurso, ya que los teléfonos móviles que fabrican algunas de sus empresas han sido acusados de tener esa capacidad de espionaje que ahora atribuyen a los chinos. Pero el ejemplo sirve para mostrar la capacidad de dañar a China (o a cualquier otro país) que mantiene el poder estadounidense, ya que si a las empresas chinas se les cierra el mayor mercado del mundo, tendrán graves problemas.

Algo similar sucede respecto a la Ruta de la Seda (Un Cinturón, Una Ruta), con la que China está alfombrando su comercio con Europa mediante fuertes inversiones en infraestructura. El 18 de febrero, días antes de la visita del primer ministro de Australia a Washington, el influyente The Australian Financial Review informó que "Australia está discutiendo con los Estados Unidos, India y Japón un plan de infraestructura regional conjunto para competir con la iniciativa del Cinturón y la Ruta, en un intento de contrarrestar la influencia de Pekín".

El artículo reconoce que su plan es aún "incipiente" y que no pretende rivalizar con la Ruta de la Seda, pero recuerda que de los casi 70 países que participan en el proyecto, incluyendo Nueva Zelanda y varios países europeos, el gobierno de Australia sigue siendo muy cauteloso y está tomando distancia de los planes de China.

Días después Asia Times aseguró que "el plan propuesto por Australia, Estados Unidos, India y Japón está empezando a parecerse a una 'amenaza' para las ambiciones de la segunda mayor economía del mundo de incrementar su presencia global". El medio destaca la "gélida" acogida que tuvo la propuesta entre los funcionarios de Pekín, que la observan como el modo de frenar la mayor proposición china de expandir su influencia, y su moneda el yuan, a escala global. Australia es el principal aliado de Washington en la región, y las relaciones económicas son muy estrechas ya que EEUU es el único destino de las inversiones en el extranjero de Australia, por un valor de 482.000 millones de dólares.

En paralelo, las empresas australianas como Macquarie, Lendlease, Transurban son líderes mundiales en el sector financiero y de construcción de infraestructuras, lo que les permitiría —en alianza con las capacidades de Japón e India en tecnología, informática y producción de acero— llevar a cabo proyectos que pueden competir con la Ruta de la Seda propuesta por Xi Jinping en 2013.
Llegados a este punto, parece necesario hacer algunas consideraciones.

La primera es que Estados Unidos ha tejido una red de alianzas desde 1945, y aún antes, que han sido los pilares sobre los que se asienta su hegemonía global. Se trata de alianzas económicas, políticas y militares que llevan alrededor de 70 años en pie. Esas alianzas se han debilitado, algunos países ya no tienen buenas relaciones con Washington, pero en modo alguno puede darse la imagen de un país aislado rodeado de enemigos, como a veces suelen dibujarlo los analistas.

Si nos fijamos en América Latina, por poner sólo este cercano ejemplo, veremos que los tres países más influyentes de la región (Brasil, México y Argentina) siguen siendo potentes aliados de EEUU. La estrategia que en su momento usaron para frenar la Unasur, el ALBA y la CELAC (las tres instancias de integración más críticas hacia el Consenso de Washington), fue muy similar a la que ahora implementan en Asia: en 2011 crearon la Alianza del Pacífico, inicialmente con Chile, México, Colombia y Perú, a los que se sumaron luego Costa Rica y Panamá.

La segunda es que aunque Estados Unidos se encuentra efectivamente en decadencia, sus aliados no lo están necesariamente. Algunos países de la Unión Europea como Alemania, además de India y Australia en Asia, son naciones pujantes en las que Washington puede seguir apoyándose para mantener su papel de gran potencia. Ahora en Suramérica cuenta con Brasil, que parece estarse subordinando cada vez más a EEUU. Incluso México, pese a todos sus problemas internos, es un aliado incondicional y una de las economías más pujantes del planeta.

La tercera es que la efectiva posibilidad de China de ganarse aliados tiene también sus límites, ya que cada aliado que gana un lado lo pierde el otro. Es más difícil ganar un aliado nuevo que mantener uno que lleva años colaborando. En este caso, China debe hacer muchas concesiones para ganarse la confianza de países que hasta ahora estuvieron bajo la órbita de los Estados Unidos.


Por último, debe recordarse que una nación sólo puede ascender al rango de gran potencia por un conjunto de factores (económicos y militares, pero también culturales). No alcanza con ser una gran economía y con tener capacidad militar de disuasión. Inglaterra y Estados Unidos fueron en el pasado, también, algo así como imanes culturales, porque eran atractivos en las artes, en la literatura y la pintura, por ejemplo. La Unión Soviética también ejerció en su momento un fuerte atractivo cultural, por sus avanzadas políticas sociales y la fuerza de su cultura. Nada de esto aparece, o desaparece, de un día para el otro.

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