Cuando lo considera oportuno, Occidente es capaz de suscitar movimientos sociales antigubernamentales en los países que no se pliegan a sus dictados, gracias al control que ejerce sobre los principales medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales.
Como de costumbre, las poblaciones de estos países, sin darse cuenta del grado de manipulación en el que se han visto implicadas, comienzan a salir a la calle para exigir un cambio de régimen sin prever siquiera la inestabilidad política que se avecina. Todo este proceso está guiado por una fuerte campaña mediática para fomentar una cierta comprensión de la realidad interna, a favor de los intereses de las principales potencias occidentales.
Principalmente, a través de las nuevas tecnologías digitales, como las que representan las redes sociales, se forman entonces redes integradas de opositores políticos que reciben orientación de instructores externos, sirviendo así de herramientas útiles en el juego geopolítico de sus jefes. El hecho es que estas tecnologías demostraron ser realmente capaces de instigar procesos políticos revolucionarios en diversas regiones del planeta, desde el norte de África hasta Europa del Este.
Inicialmente, las crisis económicas y sociales son el detonante de una acción coordinada entre estas redes, los medios de comunicación occidentales y las organizaciones no gubernamentales que mediante su funcionamiento sincronizado inducen a las personas a adoptar consignas ajenas a sus realidades locales y, en última instancia, contribuyen al derrocamiento de gobiernos legítimos.
A medida que estas manifestaciones toman forma se convierten en importantes ataques perturbadores contra las autoridades establecidas, lo que da lugar a crisis políticas duraderas, incluso después del deseado cambio de régimen.
Antes y durante estas crisis, se desata la llamada guerra de la información que demoniza a los dirigentes del país y sus políticas, sin que tengan la oportunidad de llegar a un compromiso con las fuerzas de la oposición. Este fue, por ejemplo, el escenario predominante en el norte de África y Oriente Medio durante la Primavera Árabe de 2011 y, de forma aún más clara, en las crisis políticas de Ucrania en 2004 y, años más tarde, en 2014 que llevaron a ese país al caos.
El deterioro de las condiciones políticas en estas regiones, a su vez, sirvieron de advertencia a las autoridades tanto de Rusia como de China sobre los peligros de una posible extensión de esta actividad a sus propios territorios, dado que ambos países son criticados por Occidente por no seguir ciertos parámetros —seudouniversales— de democracia y respeto de los derechos humanos.
Ahora, ante la imposibilidad de una intervención militar directa para cambiar el Gobierno en Rusia o en China, ya que tal situación podría desembocar en una Tercera Guerra Mundial, Estados Unidos y sus socios optaron por una alternativa menos arriesgada. Esta medida se basaba precisamente en la creciente influencia de sus medios de comunicación y en el secuestro de las mentes de las poblaciones extranjeras, especialmente de los jóvenes, para suscitar sentimientos antigubernamentales en los "Estados insumisos".
Después de todo, fue precisamente a raíz de las protestas de la Primavera Árabe cuando empezaron a surgir movimientos similares dentro de la propia Rusia en diciembre de 2011 con el objetivo de cuestionar los procesos electorales del país. Este intento fue seguido de cerca por el Gobierno ruso, que pronto se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, a saber, que tales movimientos no eran más que una manifestación de la injerencia extranjera en los asuntos internos del Estado.
Reflexionando sobre los resultados poco gloriosos de la Primavera Árabe, así como sobre la inestabilidad económica y social provocada por las revoluciones de colores en el espacio postsoviético, Rusia realizó serios esfuerzos para proteger su soberanía e impedir que tal caos se instalara en su propio territorio. Ante esta constatación, las élites rusas, y en cierta medida también las chinas, consolidaron estrategias para evitar que sus ciudadanos fueran objeto de la influencia de actores externos, sobre todo de los países occidentales.
No es casualidad que Moscú y Pekín hayan empezado a mostrar una mayor coordinación en defensa de sus Gobiernos y sistemas políticos, así como para impedir la acción intervencionista de Occidente en otras partes del mundo, como Siria. No es casualidad que cuando en 2013 se plantearon las primeras conversaciones sobre la creación de una zona de exclusión aérea en Siria, Moscú dejara claro que utilizaría su poder de veto para frenar tales iniciativas. ¿Qué decir entonces de las insinuaciones de los medios occidentales de que el Gobierno sirio utilizó armas químicas contra su propia población a mediados de 2013?
Como demostró Rusia, gran parte de las imágenes de niños atendidos tras supuestos ataques químicos no eran más que una escenificación teatral destinada a causar revuelo entre la audiencia internacional y justificar así una intervención directa en el país árabe. En 2014, por otra parte, cuando tuvo lugar el infame Euromaidán en Kiev, ya estaba claro para cualquier observador atento que el papel de las potencias externas, precisamente a través de los medios de comunicación y las organizaciones no gubernamentales locales, desempeñó un rol fundamental en la escalada de las protestas que finalmente culminaron en un golpe de Estado ilegítimo y en la desestabilización de Ucrania en los años siguientes.
En resumen, las organizaciones no gubernamentales financiadas desde el extranjero, las promesas de apoyo logístico a las manifestaciones públicas antigubernamentales, las campañas mediáticas destinadas a demonizar a las autoridades locales y los procesos de seducción, especialmente entre los jóvenes, en torno a eslóganes vacíos son las principales armas de la guerra híbrida utilizada por Occidente para alcanzar sus objetivos geopolíticos. La lección aquí es que los Estados que tomen nota de esto tendrán más posibilidades de evitar caer en el abismo.
Las opiniones expresadas en este artículo pueden no coincidir con las del equipo editorial.
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