A veces, cambios sencillos, baratos y rápidos suponen una mejora radical para toda una fuerza naval. Es lo que acaba de hacer la marina estadounidense
Los sistemas de armas se hacen cada vez más complejos, sofisticados, caros y lentos de desarrollar. Un nuevo caza, fusil de asalto o buque de guerra puede tardar décadas en ser diseñado, evaluado, adquirido y desplegado con todo lo que ello implica, desde nuevas instalaciones a nuevos planes de entrenamiento o el desarrollo de una adecuada capacidad logística y de mantenimiento. Por eso es necesario que todos estos planes se lleven a cabo dentro de un plan estratégico y táctico, que, como dice el viejo refrán, jamás sobrevivirá al primer contacto con el enemigo.
Y sin embargo a veces unos cambios relativamente sencillos, baratos y rápidos pueden suponer una mejora radical para toda una fuerza naval. Es lo que acaba de llevar a cabo la marina estadounidense con su nuevo concepto de ‘letalidad distribuida’ como contrapeso a la estrategia de denegación de acceso en la que se basan armas como los misiles balísticos antibuque chinos DF-21D y DF-26. Con un cambio de doctrina y la adaptación de dos misiles que ya estaban en sus arsenales, la armada de EEUU se ha transformado en poco más de un año en una fuerza mucho más peligrosa en los mares del mundo. Al menos para los buques de guerra de otros países.
El objetivo es que las fuerzas oponentes no puedan pasar por allí obligándolas a dirigirse hacia enclaves batidos por otro tipo de armas donde ser destruidas
Las estrategias de denegación de área o de acceso (abreviadas A2/AD por los militares de los EEUU) consisten en desarrollar y desplegar armas que obliguen al enemigo a permanecer fuera de determinadas zonas, impidiendo así que pueda hacer uso de estas áreas para sus propósitos. En tierra, pueden consistir en zanjas, fortificaciones u obstáculos así como en campos minados; en el mar, las zonas minadas y las áreas al alcance de misiles cumplen la misma función.
El objetivo es que las fuerzas oponentes no puedan pasar por allí, obligándolas por ejemplo a dirigirse hacia enclaves batidos por otro tipo de armas donde ser destruidas. Muchos de los sistemas de armas que están desplegando los rivales de los EEUU en los últimos años están diseñados para negar el acceso a aviones o barcos, desde los misiles antiaéreos avanzados como los S-300/400 rusos (o los HQ-9 que China acaba de instalar en el Mar de China Meridional), los misiles antibuque balísticos D-21/26 chinos o los antibuque supersónicos ruso-indios BrahMos.
Una fuerza naval en retirada
En el caso de la armada estadounidense, el problema se complica, dado el progresivo e imparable descenso en el número de barcos a su disposición. De los casi 6.800 buques que tenía el día del fin de la Segunda Guerra Mundial (incluyendo 99 portaviones -28 de flota, 71 de escolta-, 23 acorazados, 72 cruceros, 377 destructores y más de 230 submarinos) la flota se redujo a pesar de Corea y Vietnam, hasta tal punto que una de las principales promesas de Ronald Reagan fue regresar a los 600 barcos operativos.
Los sistemas de armas se hacen cada vez más complejos, sofisticados, caros y lentos de desarrollar. Un nuevo caza, fusil de asalto o buque de guerra puede tardar décadas en ser diseñado, evaluado, adquirido y desplegado con todo lo que ello implica, desde nuevas instalaciones a nuevos planes de entrenamiento o el desarrollo de una adecuada capacidad logística y de mantenimiento. Por eso es necesario que todos estos planes se lleven a cabo dentro de un plan estratégico y táctico, que, como dice el viejo refrán, jamás sobrevivirá al primer contacto con el enemigo.
Y sin embargo a veces unos cambios relativamente sencillos, baratos y rápidos pueden suponer una mejora radical para toda una fuerza naval. Es lo que acaba de llevar a cabo la marina estadounidense con su nuevo concepto de ‘letalidad distribuida’ como contrapeso a la estrategia de denegación de acceso en la que se basan armas como los misiles balísticos antibuque chinos DF-21D y DF-26. Con un cambio de doctrina y la adaptación de dos misiles que ya estaban en sus arsenales, la armada de EEUU se ha transformado en poco más de un año en una fuerza mucho más peligrosa en los mares del mundo. Al menos para los buques de guerra de otros países.
El objetivo es que las fuerzas oponentes no puedan pasar por allí obligándolas a dirigirse hacia enclaves batidos por otro tipo de armas donde ser destruidas
Las estrategias de denegación de área o de acceso (abreviadas A2/AD por los militares de los EEUU) consisten en desarrollar y desplegar armas que obliguen al enemigo a permanecer fuera de determinadas zonas, impidiendo así que pueda hacer uso de estas áreas para sus propósitos. En tierra, pueden consistir en zanjas, fortificaciones u obstáculos así como en campos minados; en el mar, las zonas minadas y las áreas al alcance de misiles cumplen la misma función.
El objetivo es que las fuerzas oponentes no puedan pasar por allí, obligándolas por ejemplo a dirigirse hacia enclaves batidos por otro tipo de armas donde ser destruidas. Muchos de los sistemas de armas que están desplegando los rivales de los EEUU en los últimos años están diseñados para negar el acceso a aviones o barcos, desde los misiles antiaéreos avanzados como los S-300/400 rusos (o los HQ-9 que China acaba de instalar en el Mar de China Meridional), los misiles antibuque balísticos D-21/26 chinos o los antibuque supersónicos ruso-indios BrahMos.
Una fuerza naval en retirada
En el caso de la armada estadounidense, el problema se complica, dado el progresivo e imparable descenso en el número de barcos a su disposición. De los casi 6.800 buques que tenía el día del fin de la Segunda Guerra Mundial (incluyendo 99 portaviones -28 de flota, 71 de escolta-, 23 acorazados, 72 cruceros, 377 destructores y más de 230 submarinos) la flota se redujo a pesar de Corea y Vietnam, hasta tal punto que una de las principales promesas de Ronald Reagan fue regresar a los 600 barcos operativos.
La ceremonia de reinauguración del USS 'New Jersey', a la que asistió Ronald Reagan.
Hoy se discute si es alcanzable el objetivo de una flota de 300 buques para 2020, y los recortes presupuestarios ponen en riesgo que la marina de EEUU pueda disponer de 11 grupos de portaviones en activo. Para repartir el dinero disponible en el máximo número de barcos posible, se han diseñado nuevas clases de buques más baratos de construir y mantener, como el Littoral Combat Ship(LCS), una especie de fragata ligera diseñada para operar cerca de la costa. Pero el problema continúa: cada vez más compromisos, cada vez menos barcos.
Para colmo, estos barcos son cada vez menos temibles, especialmente frente a algunas de las nuevas amenazas a las que se enfrentan. Los buques actuales están diseñados pensando en la guerra de misiles; toda su estructura (ligera, relativamente vulnerable), sensores y armamento se dirigen a enfrentamientos a larga distancia. Esto supone que tienen una artillería convencional muy precaria, en la mayoría de los casos reducida a un único cañón de calibre intermedio, y sus lanzamisiles.
Para colmo, estos barcos son cada vez menos temibles, especialmente frente a algunas de las nuevas amenazas a las que se enfrentan
Pero si los misiles se acaban, el buque queda poco menos que indefenso, algo que puede ocurrir en un enfrentamiento de gran intensidad. Los nuevos sistemas de lanzamiento vertical (VLS) albergan muchos misiles de diferentes tipos, pero en un ataque múltiple por mar y aire no es imposible que las 96 celdas que lleva un destructor clase Arleigh Burke de las últimas tandas puedan vaciarse; y recargar un VLS en el mar no es tarea sencilla.
Complicando la situación, la retirada de diversos misiles dejó a los barcos estadounidenses con un único misil antibuque: el Harpoon, eficaz y que no ocupa celdas del VLS (tiene lanzadores propios), pero subsónico y de relativamente corto alcance: unas 75 millas náuticas (140 kilómetros). En combate con otros buques de guerra, la marina de EEUU está en una situación precaria, especialmente sus barcos más endebles.
Una nueva doctrina: 'letalidad distribuida'
Hace poco más de un año, la marina estadounidense lanzó una nueva doctrina dirigida a resolver, o al menos aminorar, el problema, y la llamó ‘letalidad distribuída’. La idea era hacer más peligrosos a todos los barcos de combate a su disposición de la forma más sencilla y rápida posible, lo que permitiría repartir su potencia de fuego entre más lugares. Si incluso navíos como los LCS se pudieran considerar oponentes peligrosos en combate con otros navíos, se les podría mandar a cubrir muchas más posibles amenazas sin tener que desplazar un grupo de combate de portaviones compuesto de decenas de barcos. Hacer más mortíferos a todos los buques contribuiría así a reducir los serios problemas de escasez de unidades para cubrir todos los puntos de tensión. Para variar, el cambio de doctrina ha dado resultados muy rápidamente, y con dos programas de desarrollo de choque se ha conseguido en muy poco tiempo empezar a reconducir la situación.
Lanzamiento de prueba de un misil SM-6.
El primero de esos programas ha consistido en dotar de capacidad contra barcos a los misiles SM-6, la última versión de los misiles antiaéreos que trabajan con el sistema Aegis. Los SM-6 tienen la misma apariencia y (algo crucial) caben en los mismos tubos de lanzamiento VLS que sus antecesores, los SM-2ER, pero tienen sensores diferentes: disponen de seguimiento radar activo, lo que mejora su capacidad de localizar y derribar blancos en movimiento como misiles (incluso balísticos o supersónicos) o aviones. Pero también barcos, una capacidad nueva que ya ha sido puesta a prueba con éxito.
El misil tiene dos etapas, alcanza velocidades de hasta 3,5 veces la del sonido y su alcance máximo es superior a 200 millas (320 km), aunque no se ha hecho público hasta dónde llega usado contra barcos. La modificación es relativamente sencilla y económica, aunque a cambio el misil lleva una cabeza de combate reducida, por lo que su impacto no es tan contundente como el de un misil antibuque clásico. El objetivo no es hundir los buques enemigos, sino dejarlos fuera de combate en parte por el propio impacto del cohete a velocidad supersónica: en los barcos modernos (ligeramente protegidos), un impacto pequeño hace mucho daño.
El segundo programa para aumentar la capacidad letal de la flota es la modificación de los misiles de crucero Tomahawk para que puedan atacar blancos en movimiento. De hecho, la marina de EEUU contó con una versión dedicada antibuque de este misil con guía radar activa, pero se retiró en los años noventa. Se trata de recuperar esta capacidad modificando los Tomahawk de ataque a tierra con sensores mejorados, y ya se ha realizado una prueba sobre un portacontenedores en movimiento con éxito.
En la prueba, el misil recibe datos desde un avión de reconocimiento sobre la posición del blanco estando ya en vuelo y ajusta su rumbo
En la prueba, el misil recibe datos desde un avión de reconocimiento sobre la posición del blanco estando ya en vuelo y ajusta su rumbo. Estos misiles llevan 450 kilos de explosivos, y tienen un alcance máximo de entre 1.300 y 2.500 kilómetros, dependiendo de la versión. Esto le daría a la armada estadounidense una capacidad de ataque antibuque de largo alcance de la que ahora carece, aunque se trate de un misil subsónico. Se calcula que estos Tomahawk modificados podrían estar en servicio en 2021, un plazo muy corto para lo que suelen ser los despliegues de nuevas capacidades navales.
El primero de esos programas ha consistido en dotar de capacidad contra barcos a los misiles SM-6, la última versión de los misiles antiaéreos que trabajan con el sistema Aegis. Los SM-6 tienen la misma apariencia y (algo crucial) caben en los mismos tubos de lanzamiento VLS que sus antecesores, los SM-2ER, pero tienen sensores diferentes: disponen de seguimiento radar activo, lo que mejora su capacidad de localizar y derribar blancos en movimiento como misiles (incluso balísticos o supersónicos) o aviones. Pero también barcos, una capacidad nueva que ya ha sido puesta a prueba con éxito.
El misil tiene dos etapas, alcanza velocidades de hasta 3,5 veces la del sonido y su alcance máximo es superior a 200 millas (320 km), aunque no se ha hecho público hasta dónde llega usado contra barcos. La modificación es relativamente sencilla y económica, aunque a cambio el misil lleva una cabeza de combate reducida, por lo que su impacto no es tan contundente como el de un misil antibuque clásico. El objetivo no es hundir los buques enemigos, sino dejarlos fuera de combate en parte por el propio impacto del cohete a velocidad supersónica: en los barcos modernos (ligeramente protegidos), un impacto pequeño hace mucho daño.
El segundo programa para aumentar la capacidad letal de la flota es la modificación de los misiles de crucero Tomahawk para que puedan atacar blancos en movimiento. De hecho, la marina de EEUU contó con una versión dedicada antibuque de este misil con guía radar activa, pero se retiró en los años noventa. Se trata de recuperar esta capacidad modificando los Tomahawk de ataque a tierra con sensores mejorados, y ya se ha realizado una prueba sobre un portacontenedores en movimiento con éxito.
En la prueba, el misil recibe datos desde un avión de reconocimiento sobre la posición del blanco estando ya en vuelo y ajusta su rumbo
En la prueba, el misil recibe datos desde un avión de reconocimiento sobre la posición del blanco estando ya en vuelo y ajusta su rumbo. Estos misiles llevan 450 kilos de explosivos, y tienen un alcance máximo de entre 1.300 y 2.500 kilómetros, dependiendo de la versión. Esto le daría a la armada estadounidense una capacidad de ataque antibuque de largo alcance de la que ahora carece, aunque se trate de un misil subsónico. Se calcula que estos Tomahawk modificados podrían estar en servicio en 2021, un plazo muy corto para lo que suelen ser los despliegues de nuevas capacidades navales.
Una medida barata y efectiva
La principal ventaja de ambos programas es que estas nuevas municiones para la guerra naval son simples modificaciones de misiles existentes. Por tanto, se acomodan perfectamente a los sistemas de lanzamiento VLS ya instalados sin adaptación ninguna: las únicas modificaciones en el barco son de 'software' y los VLS están distribuidos por la flota (hasta los LCS de la clase Freedom tienen un VLS de 21 celdas).
De esta manera por un precio económico y con una velocidad inusitada, la armada de EEUU adaptará a muchos de sus barcos con la capacidad de atacar barcos enemigos con misiles subsónicos a más de 1.000 kilómetros de distancia y con misiles supersónicos a alrededor de 200 kilómetros; sumadas a los menos de 140 kilómetros de los Harpoon, estas modificaciones harán mucho más peligrosos a cada uno de los barcos, incluso cuando estén aislados, sacando así el máximo partido a cada uno de ellos. Incluso buques relativamente débiles pueden convertirse en enemigos temibles si su pegada es lo bastante contundente. Y con esta adaptación de la 'letalidad distribuida', los de la armada de EEUU lo serán, sin duda.
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