Aumentar la flota podría sumar más de 150.000 millones de dólares, lo que implicaría acabar con casi todo el aumento previsible del presupuesto militar
MAGA (Make America Great Again, hagamos EEUU grande de nuevo) es el lema de Donald Trump, nuevo presidente de ese país. Y como parte fundamental de este proceso de reengrandecimiento a lo largo de la campaña, el entonces candidato realizó una serie de promesas relacionadas con el poderío militar estadounidense y su relanzamiento. Ha llegado el momento de cumplirlas.
Aunque cualquier ampliación del tamaño de las fuerzas armadas tendría que estar acompañada por un análisis estratégico que las propuestas de Trump no han ofrecido, lo que sí es seguro es que uno de los pilares de su presidencia pasa por reforzar el ejército, las fuerzas aéreas y, sobre todo, la armada y el cuerpo de Marines de los Estados Unidos.
La promesa más concreta reiterada por el candidato durante la campaña electoral fue el aumento de la potencia naval estadounidense, desde los actuales 274 navíos de combate activos hasta alcanzar una flota de 350 buques. Esto supondría el mayor programa de construcción naval desde el final de la Guerra Fría, aunque todavía estaría muy lejos de la legendaria ‘Flota de 600 Barcos’ que impulsó la presidencia Reagan. Sin embargo, los tiempos han cambiado, y con ellos las amenazas y las capacidades tecnológicas. Ante la propuesta de Trump, la Armada o Marina estadounidense respondió con su propio plan de una flota de 355 barcos para 2020.
La flota estadounidense está estructurada en este momento con alrededor de diez superportaaviones nucleares de la clase Nimitz; por ley la Marina debe disponer de 11 de estos buques, pero el retraso en la entrada en servicio del primer ejemplar de la clase Gerald R. Ford y la retirada del USS Enterprise en 2012 redujeron el número de cascos en activo; se ha anunciado que el Ford será entregado por fin en abril de este año (aunque no entrará en servicio hasta uno o dos años después). Con un desplazamiento de más de 100.000 toneladas, cuatro reactores nucleares de propulsión, un sistema CATOBAR completo y capacidad para más de 90 aviones, los Nimitz son los navíos de su clase más poderosos del planeta con mucha diferencia y los buques de guerra mayores del mundo.
La entrada en servicio del Ford, aún algo mayor y con una capacidad aumentada gracias a nuevas y avanzadas tecnologías, devolverá el número de portaaviones disponibles a 11, mínimo necesario para poder garantizar la presencia de tres grupos de portaaviones en diferentes zonas del planeta: por cada ejemplar en despliegue suele haber otro en reparación y un tercero en entrenamiento y preparación.
El primer portaaviones de la clase Gerald R. Ford se entregará en abril pero no entrará en servicio hasta uno o dos años más tarde
Además de los Nimitz, la Marina de EEUU dispone de nueve buques de asalto anfibios (LHA) de las clases Wasp y America (con otros dos Americas en construcción) que pueden ser usados como ‘mini-portaaviones’ equipados con aviones de despegue vertical Harrier o F-35B y con diversas combinaciones de helicópteros. Los America, más escorados hacia la aviación, tienen un desplazamiento de 44.000 toneladas y una eslora de 257 metros, equivalentes a portaaviones como el francés Charles de Gaulle o el indio Vikramaditya, y pueden llevar un máximo de 20 aviones VTOL.
Los Wasp desplazan 40.500 toneladas, tienen una eslora de 257 metros y en operaciones de control marítimo pueden embarcar hasta 24 Harriers. Tanto los Nimitz como los LHA funcionan como núcleos de un grupo de buques que se encargan de escoltarlos y protegerlos; habitualmente los grupos de ataque de portaaviones llevan al menos un crucero antiaéreo, dos o tres destructores y fragatas y un submarino, y los grupos expedicionarios de ataque un LHA además de otros buques de desembarco y escoltas antiaéreos y antisubmarinos. Además, pueden ir acompañados de otros buques auxiliares, como petroleros y barcos de suministro, según necesidades.
Para cubrir las escoltas y el resto de las misiones asignadas, la Marina de Estados Unidos cuenta con 22 cruceros de misiles guiados clase Ticonderoga; unos 70 destructores, fragatas y LCSs (62 clase Arleigh Burke, 4 LCS clase Freedom y otros 4 clase Independence, 1 Zumwalt) y más de 50 submarinos nucleares de ataque SSN (41 clase Los Angeles, 10 clase Seawolf—uno de ellos adaptado para misiones especiales— y 10 clase Virginia). Además están los submarinos nucleares de misiles balísticos de la clase Ohio, de los que hay en total 18, aunque 4 han sido reconvertidos en lanzadores de misiles de crucero.
En el cuerpo de infantería de Marina (los Marines), Estados Unidos tiene 24 batallones de infantería, el equivalente a 3 divisiones con su propia artillería, aviación de ala fija y rotatoria y sistemas de apoyo y desembarco. Para cubrir las necesidades hay toda una flota de buques de desembarco especializados, empezando por los 2 LPD de la clase San Antonio en servicio, y centenares de barcos auxiliares como remolcadores, petroleros, buques de avituallamiento, etc. En conjunto, Trump se hace cargo de la Marina más poderosa del planeta.
Margen de mejora
Eso no quiere decir que no haya necesidades, o posibilidad de mejoras en el programa de construcción y despliegue de la armada estadounidense. Como cualquier otro servicio, la Marina tiene problemas que no puede resolver y querría disponer de un mayor números de buques para cumplir con las misiones que tiene asignadas, especialmente cuando algunos enemigos casi a su altura incluso podrían superarla en número de navíos.
De confirmarse la promesa del gobierno Trump de aumentar, quizá masivamente, el gasto militar, la Marina sabe exactamente en qué quiere gastar su parte. Los Estados Unidos invierten anualmente en defensa casi 600.000 millones de dólares, 10 veces más que Rusia y más de 2,5 veces el total que gasta China; se calcula que el aumento en el gasto de esta partida podría suponer otros 100.000 millones de dólares anuales, de los cuales más de 50.000 provendrían de anular los recortes obligatorios introducidos por la ley de equilibrio presupuestario de 2013 y el resto serían gasto nuevo que Trump tendrá que convencer al Congreso que autorice.
De obtenerse esa nueva bonanza, la Armada con su porción quiere 47 nuevos buques entre los que destacan otro portaaviones de la clase Ford (acelerando la finalización del USS John F. Kennedy, en construcción) y 16 nuevos grandes buques de superficie entre destructores y la nueva versión ‘fragata’ de los problemáticos diseños del Littoral Combat Ship (LCS).
Además, la Marina quiere más buques de desembarco y de asalto anfibio, así como auxiliares. Pero sobre todo la mayor necesidad está en aumentar en 18 ejemplares el número de submarinos nucleares de ataque de las últimas versiones de la clase Virginia. En efecto, los SSN están muy solicitados para múltiples misiones como escoltar grupos de ataque de portaaviones, espionaje e infiltración de comandos, seguimiento y control de submarinos balísticos de otras naciones (Rusia, China, ahora la India), etc. Con el bajo ritmo de producción actual (2 buques al año) y el calendario de retirada de sus antecesores los clase Los Angeles se calcula que para 2029 el número de SSNs en la flota podría caer a 41 desde los 52 actuales, que ya se consideran insuficientes.
Trump adora al cuerpo de Marines, al que ha prometido recursos para aumentar sus números hasta en una división completa
Como muchos políticos Trump adora al cuerpo de Marines, al que ha prometido recursos para aumentar sus números hasta en una división completa; los Marines a su vez quieren más buques especializados, además de dinero para resolver fiascos de equipamiento como el reemplazo del Assault Amphibious Vehicle o la sustitución de los venerables helicópteros de transporte pesado CH-53H por la versión K.
Y sin embargo existen dudas de que este programa tenga sentido: algunas veces no basta con poner más dinero para resolver los problemas, y cuando se trata de algo tan complejo como una poderosa flota naval cuya renovación se lleva a cabo a lo largo de décadas hay que tener en cuenta otros aspectos. Elementos como el número de tropas disponibles, su nivel de formación y entrenamiento o la política industrial del país pasan a primer plano, así como la interferencia con otros programas imprescindibles.
Urgencias aéreas
Existen dudas de que la industria naval estadounidense tenga actualmente la capacidad de aumentar la producción de submarinos SSN clase Virginia al mismo tiempo que trabaja en el diseño y construcción de la clase Columbia, el SSBN que reemplazará a los Ohio a partir de 2021. Los portaaviones de nada sirven sin su Ala Aérea Embarcada, de las cuales actualmente hay 10 (una de ellas, la 14, se desactivará en 2017); sería necesario aumentar también su número, con los consiguientes costes.
Los Marines no necesariamente quieren más tropas de infantería, pero necesitan con urgencia reconstruir su capacidad aérea y quieren dedicar más recursos a ramas técnicas como la guerra electrónica y el cibercombate. Y algunos de los grandes programas de construcción naval, como el de los portaaviones Ford, los cruceros Zumwalt o los LCS tienen problemas tecnológicos que la simple infusión de fondos quizá no pueda resolver.
Otros aspectos de la postura de Trump pueden incluso perjudicar los esfuerzos de la Marina, como la sombra de sospecha que ha arrojado sobre el programa del F-35. Quizá la Armada podría desarrollar un avión basado en el A/F-18 para sus portaaviones si el F-35C es cancelado, pero los Marines se quedarían sin capacidad de ataque de ala fija sin el F-35B con capacidad VTOL, un aparato que proporcionará a los futuros clase America capacidades nunca antes a disposición del cuerpo.
Las ideas más exóticas del candidato, como su propuesta de reactivar los acorazados clase Iowa, supondrían un coste enorme con poco beneficio real. Y está por ver que los fondos que el nuevo gobierno quiere liberar lleguen a sus destinatarios: un nuevo buque de guerra cuesta de media 2.000 millones de dólares (500 un LCS, 8.000 millones un Ford) sin contar con los costes de mantenimiento o de tripulación; mantener operativo un Nimitz cuesta más de 500 millones de dólares al año. De modo que aumentar la flota en las cifras previstas (más de 70 buques) podría sumar más de 150.000 millones de dólares, es decir, se comería casi todo el aumento previsible del presupuesto militar sin contar con los nuevos gastos fijos. Quizá enfrentados con esta realidad, las ambiciones del nuevo gobierno se moderen en la práctica.
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