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martes, 25 de junio de 2019

Lo que Washington se juega alrededor de Irán ‎

por Thierry Meyssan

Más que Siria, ahora es Irán el que se halla en el vórtice del enfrentamiento este-oeste. ‎El público asiste estupefacto a los virajes cotidianos de Washington en lo que ‎se interpreta, erróneamente, como una marcha hacia la guerra entre Estados Unidos y ‎la República Islámica. No es Irán el verdadero objetivo de Washington. Felizmente, los ‎Dos Grandes han demostrado, a lo largo de 75 años, que son razonables y siempre han ‎sabido ceder en algún momento antes de llegar a destruirse mutuamente. ‎



Asistimos en este momento a una agravación aparente de la tensión entre Washington y Teherán. Como acostumbra ‎a hacerlo, el presidente estadounidense Donald Trump alterna amenazas y proposiciones de ‎negociación. El 21 de junio llegó a ordenar un ataque contra Irán, pero canceló la operación ‎minutos antes del inicio de los golpes contra los blancos designados. El problema es que esa manera de ‎proceder, que ya ha permitido a Trump obtener varios éxitos en Occidente, carece de eficacia ante ‎la sicología de los persas [1]. Entonces, ¿realmente está tratando Trump de impresionar a Irán? ‎

La actitud de los estadounidenses debe ser interpretada relacionándola no sólo con su política en ‎el Medio Oriente sino también con su política mundial [2]. Más que un ‎conflicto con Irán, lo que hoy está en juego es el equilibrio este-oeste.

La primera preocupación de Estados Unidos, desde la Segunda Guerra Mundial, es su rivalidad ‎con la Unión Soviética y actualmente con Rusia. Desde la primera conferencia de Ginebra sobre el ‎conflicto en Siria, realizada en junio de 2012, Moscú se ha dado a la tarea de convertirse en ‎garante de la paz regional, junto a Washington y en igualdad de condiciones. Esa manera de ‎reequilibrar las relaciones internacionales fue concebida bajo los auspicios del ex secretario ‎general de la ONU Kofi Annan. El acuerdo firmado en Ginebra –en presencia de los demás ‎miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, así como de Turquía como ‎representante de la OTAN y de Irak, Kuwait y Qatar en representación de la Liga Árabe‎, pero ‎sin participación de los protagonistas del conflicto sirio, no resistió más de una semana. Aquel ‎fracaso llevó a Kofi Annan a abandonar el escenario mientras que varios miembros de la OTAN ‎entraban en guerra contra Siria. ‎

Aquel proyecto acaba de ser reexaminado, el 24 de junio, por los consejeros de seguridad nacional ‎de Estados Unidos, Israel y Rusia y podría poner fin a la estrategia destructiva trazada por el ‎secretario de Defensa de George Bush hijo, Donald Rumsfeld, y el almirante estadounidense ‎Arthur Cebrowski [3]. Seguramente John Bolton ‎se resistió y Meir Ben-Shabbat trató de percibir de qué lado soplaba el viento mientras que Nikolai ‎Patruchev ironizaba sobre las ventajas comparadas de las derrotas estadounidenses y los éxitos ‎militares rusos. ‎

Fue en ese contexto –y no precisamente en función de sus afinidades proisraelíes– que ‎Estados Unidos concibió el «Trato del Siglo» sobre Palestina, cuyos primeros elementos ‎económicos acaban de anunciarse y serán objeto de discusión en Manama.

La segunda preocupación de Estados Unidos ante Irán es la del Pentágono: impedir que la ‎República Islámica reactive el programa nuclear que Estados Unidos había propuesto al shah ‎Mohamed Reza Pahlevi. Pero el hecho es que, al contrario de lo que afirman los comentarios de ‎los ignorantes que la prensa occidental se obstina en divulgar, Irán no está interesado en dotarse ‎de la bomba atómica desde que el imam Khomeini emitió una fatwa que condena las armas de ‎destrucción masiva como algo incompatible con el islam. La realidad es que, como lo demuestran ‎incluso los archivos secretos iraníes revelados por el propio primer ministro israelí, Benyamin ‎Netanyahu, las investigaciones nucleares de Irán sólo tienen que ver con la concepción y ‎fabricación de un generador de onda de choque, única y exclusivamente [4]. Ese tipo de generador puede ciertamente ser parte de la fabricación de una ‎bomba atómica, pero no es ese el objetivo de Irán. ‎

En realidad, se desconoce el objetivo de Teherán y por qué el Pentágono se empeña en crearle ‎obstáculos.

La tercera preocupación de Estados Unidos es la de la administración Trump: reactivar el empleo ‎en suelo estadounidense, lo cual implica al mismo tiempo reequilibrar los intercambios ‎comerciales del país, sobre todo con China, y mantener los precios del petróleo en un nivel que ‎garantice la rentabilidad de los hidrocarburos estadounidenses de esquistos –a alrededor de ‎‎70 dólares el barril. Es por eso que Estados Unidos está empeñado en impedir que Irán, ‎Venezuela y Siria puedan vender su petróleo en el mercado internacional, al menos hasta el año ‎‎2025, y trata de bloquear el acceso de la Unión Europea a los hidrocarburos rusos [5].‎

Rusia –cuyos hidrocarburos aportan la parte fundamental de los recursos financieros de ese país– ‎está tratando de frenar la caída de los precios. Firmó un acuerdo en ese sentido con la OPEP y ha ‎reducido voluntariamente su propia producción, razón por la cual está posponiendo el inevitable ‎enfrentamiento con Washington sobre esa cuestión en espera de que se constituya la nueva ‎Comisión Europea. Si la Unión Europea cediera nuevamente ante Washington y prohibiera la ‎importación de gas ruso, Moscú aceptaría una reducción de los precios para garantizar la venta de ‎su producción, con lo cual probablemente arruinaría de hecho la industria estadounidense de ‎hidrocarburos de esquistos. Eso modificaría la repartición de las cartas en ese juego y ‎Estados Unidos ya no tendría entonces interés en seguir oponiéndose a las ventas de petróleo ‎iraní, venezolano y sirio. ‎

Pero también resulta que China podría decidir reducir sus exportaciones hacia Estados Unidos y ‎redirigirlas hacia su propio mercado interno, hoy floreciente. Sin embargo, eso no significa que ‎China pueda garantizar de forma duradera a su economía la energía que esta necesita a un precio ‎inferior al precio actual del mercado. Mientras que la Unión Europea se pliega a regañadientes a ‎la prohibición estadounidense de comprar petróleo iraní, Pekín se enfrenta a Washington y trata ‎de continuar sus importaciones de hidrocarburo, aunque lo hace a un ritmo menos intenso. Para ‎no tener que verse obligado a reaccionar ante ese desafío chino, Washington se plantea ‎‎“autorizar” a China la compra de pequeñas cantidades de petróleo iraní. Un verdadero acuerdo, ‎incluso tácito, podría permitir a Estados Unidos, Irán y China seguir desarrollándose. ‎

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