Trump se carga Basilea III y aboca a la banca mundial a un sistema de arbitraje
El presidente de EEUU está provocado un terremoto en el sistema de regulación bancaria tras reprochar a la Reserva Federal su participación en los acuerdos de Basilea III.
Los peores presagios se han cumplido y lo que se advertía como una amenaza general entre las muchas que promueve Donald Trump ha provocado un terremoto que está convulsionando desde los propios cimientos toda la arquitectura del sistema de regulación bancaria a nivel mundial. Los exabruptos de los congresistas republicanos contra la Reserva Federal y su presidenta, Janet Jellen, han supuesto el certificado de defunción de los principales foros internacionales de supervisión, con mención especial para Basilea III, lo que dará lugar a una nueva etapa de incertidumbre en los mercados financieros de toda Europa.
Primero fue el vicepresidente del Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes, Patrick McHenry, quien reprochó en una carta fechada el pasado 31 de enero la actuación del banco central de Estados Unidos por el mero hecho de participar en las deliberaciones internacionales sobre regulación bancaria. La misiva condenaba la elemental capacidad de independencia de la Reserva Federal, pero al mismo tiempo daba la puntilla a todo el desarrollo normativo del Comité de Estabilidad Financiera de Basilea, al que acusaba de trabajar en la opacidad y en contra de los intereses económicos de Estados Unidos.
La banca europea quedará agraviada y en clara desventaja frente a sus rivales americanos si el BCE no actúa en la línea reformista que impone Trump
Estas mismas lindezas, aunque expresadas incluso de modo más tajante, fueron reiteradas hace menos de una semana por una treintena de miembros de la Cámara de Representantes como respuesta a las declaraciones efectuadas días antes por Janet Jellen cuando defendió ante el Congreso de Estados Unidos su derecho a participar en las decisiones supranacionalessobre regulación del sistema financiero. El desafío de la presidenta de la Reserva Federal consagra la soberanía de su institución como virtud inmutable pero sitúa en el ojo del huracán toda la normativa esencial de vigilancia desarrollada durante los últimos ocho años por el Banco Internacional de Pagos de Basilea.
Trump ha declarado la guerra a Basilea o, al menos, esto es lo que se desprende de la inquietud que los altos cargos del Banco Central Europeo (BCE) están empezando a transmitir, de forma más o menos explícita, a los diferentes organismos locales de control en cada uno de los Estados miembros. En España la voz de alarma se ha empezado a propagar a raíz de la visita realizada a principios de año por el director general del Mecanismo Único de Supervisión (MUS), Ramón Quintana, quien se mostró incapaz de aclarar las múltiples dudas que existen sobre la eficacia real de las disposiciones, cada vez más restrictivas, adoptadas por los organismos globales de regulación.
Ramón Quintana será director general del Mecanismo Único de Supervisión del BCEEP |
Los grandes bancos europeos temen que las diferentes sensibilidades dentro del Viejo Continente impidan a las autoridades de Fráncfort actuar con la celeridad necesaria para adaptar la normativa comunitaria a los planteamientos que impone la nueva Administración de Estados Unidos. La desregulación que esbozó Donald Trump nada más jurar su cargo en enero ha ido tomando cuerpo en las últimas semanas con la pretensión de derogar de golpe y porrazo la Ley Dodd-Frank. Dicha normativa fue refrendada por Obama a finales de 2010 con el fin de meter en vereda a las instituciones de crédito y ha supuesto enormes restricciones regulatorias en todo el sistema financiero de Estados Unidos a lo largo de la presente década.
La posibilidad de que los estándares de control bancario homologados a nivel global salten ahora por los aires al otro lado del Atlántico es una amenaza de imprevisibles consecuencias que, de entrada, constituye un fuerte agravio para las instituciones bancarias en Europa. El mercado financiero puede verse abocado a funcionar a través de lo más parecido a un sistema de arbitraje que redoblará la apuesta de los fondos de inversión por los bancos estadounidenses utilizando a las entidades del Viejo Continente como meros colchones de seguridad y cobertura de riesgos. La diferencia de preciosderivada de una regulación asimétrica será cada vez más acusada a menos que el BCE cambie el libreto para adaptarse al ritmo que marca el inquilino de la Casa Blanca.
El ministro de Economía, Luis de Guindos, ha puesto el dedo en la llaga del problema recordando que la regulación del sistema financiero debe ser global
El ministro de Economía, Luis de Guindos, ha insistido recientemente en que la regulación del mercado financiero debe ser global, poniendo el dedo en la llaga del grave problema que se avecina para los bancos europeos. No parece muy factible, sin embargo, que los supervisores del BCE, encabezados por Danièle Nouy, estén en condiciones de abrir la mano en medio de un proceso de reestructuración que tiene muchas cuentas pendientes que resolver. La gran banca europea sigue arrastrando los pies ante la crisis y necesita todavía un tiempo para culminar un programa de ajuste y saneamiento que despeje todas las incertidumbres sobre el futuro inmediato del sector.
Los nubarrones que acechan al Deutsche Bank como entidad con mayor riesgo sistémico del mundo se conjugan con las suspicacias que suscitan los rescates de los bancos italianos y los mayores temores de la comunidad financiera ante la deriva de los principales bancos portugueses en crisis. En realidad, solo España ha acometido una verdadera ‘cura de caballo’ en su mercado crediticio, aunque eso no significa que la consiguiente rehabilitación esté siendo sencilla. La resaca de la gran crisis perdura a fecha de hoy en entidades señeras del sector, como es el caso del Banco Popular, sin contar el enorme desgaste de imagen sufrido en general por todas las entidades bancarias en nuestro país.
La tormenta desatada por Trump contra Basilea se produce en el peor momento para las autoridades comunitarias, acostumbradas a imponer sus criterios burocráticos de manera implacable bajo el envoltorio de la crisis. La irrupción del presidente de Estados Unidos y su consabido relato en defensa de los intereses de América es un misil directo contra la línea de flotación de los que se presumían intocables reguladores financieros en Europa. La lucha de poder que el BCE ha mantenido con alguno de sus Estados miembros deberá extenderse ahora al nuevo frente de batalla de Washington. Las posibilidades de éxito parecen escasas y las pocas que existen dependen de la capacidad de los funcionarios de Fráncfort para alinear a la banca europea con el nuevo marco de competencia de sus rivales estadounidenses.
El ministro de Economía, Luis de Guindos, ha puesto el dedo en la llaga del problema recordando que la regulación del sistema financiero debe ser global
El ministro de Economía, Luis de Guindos, ha insistido recientemente en que la regulación del mercado financiero debe ser global, poniendo el dedo en la llaga del grave problema que se avecina para los bancos europeos. No parece muy factible, sin embargo, que los supervisores del BCE, encabezados por Danièle Nouy, estén en condiciones de abrir la mano en medio de un proceso de reestructuración que tiene muchas cuentas pendientes que resolver. La gran banca europea sigue arrastrando los pies ante la crisis y necesita todavía un tiempo para culminar un programa de ajuste y saneamiento que despeje todas las incertidumbres sobre el futuro inmediato del sector.
Los nubarrones que acechan al Deutsche Bank como entidad con mayor riesgo sistémico del mundo se conjugan con las suspicacias que suscitan los rescates de los bancos italianos y los mayores temores de la comunidad financiera ante la deriva de los principales bancos portugueses en crisis. En realidad, solo España ha acometido una verdadera ‘cura de caballo’ en su mercado crediticio, aunque eso no significa que la consiguiente rehabilitación esté siendo sencilla. La resaca de la gran crisis perdura a fecha de hoy en entidades señeras del sector, como es el caso del Banco Popular, sin contar el enorme desgaste de imagen sufrido en general por todas las entidades bancarias en nuestro país.
La tormenta desatada por Trump contra Basilea se produce en el peor momento para las autoridades comunitarias, acostumbradas a imponer sus criterios burocráticos de manera implacable bajo el envoltorio de la crisis. La irrupción del presidente de Estados Unidos y su consabido relato en defensa de los intereses de América es un misil directo contra la línea de flotación de los que se presumían intocables reguladores financieros en Europa. La lucha de poder que el BCE ha mantenido con alguno de sus Estados miembros deberá extenderse ahora al nuevo frente de batalla de Washington. Las posibilidades de éxito parecen escasas y las pocas que existen dependen de la capacidad de los funcionarios de Fráncfort para alinear a la banca europea con el nuevo marco de competencia de sus rivales estadounidenses.
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