Estados Unidos sigue adelante con su proyecto de transformación de la OTAN, que ya no se limita a hacer de ese bloque bélico un súper ejército dirigido contra Rusia. Ahora también se trata de dirigir la alianza atlántica contra China. Dócilmente, el Parlamento Europeo acaba de poner a la Unión Europea bajo esa línea política, a pesar de que los gobiernos europeos no se han pronunciado.
El 20 de mayo, el Parlamento Europeo congeló la ratificación del Acuerdo Unión Europea-China sobre las inversiones, concluido en diciembre por la Comisión Europea al cabo de 7 años de negociaciones. La resolución en ese sentido se aprobó por aplastante mayoría (599 votos a favor, 30 en contra y 58 abstenciones) [1].
Formalmente, se trata de una respuesta a las sanciones chinas contra miembros del parlamento europeo, sanciones que Pekín adoptó cuando funcionarios chinos fueron objeto de sanciones europeas luego de ser acusados de violar los derechos humanos, en particular de la población uigur, acusaciones que China rechaza. Ahora el Parlamento Europeo afirma que las sanciones chinas son ilegales porque violan el derecho internacional mientras que las sanciones europeas son legales porque se basan en la defensa de los derechos humanos, reconocidos por la ONU.
Pero, ¿qué se esconde realmente tras la pantalla de la «defensa de los derechos humanos en China»? La estrategia, iniciada y orquestada por Estados Unidos, para incorporar los países europeos a una coalición contra Rusia y China. La palanca fundamental de esta operación es el hecho que 21 de los 27 países de la Unión Europea son también miembros de la OTAN, que a su vez sigue las órdenes de Estados Unidos.
En primera línea contra China, al igual que contra Rusia, están los países del este de Europa, simultáneamente miembros de la OTAN y de la Unión Europea. Más vinculados a Washington que a Bruselas, esos países incrementan la influencia de Estados Unidos sobre la política exterior de la UE, que sigue fundamentalmente la política exterior estadounidense, sobre todo a través de la OTAN.
Pero todos los miembros de la OTAN no están al mismo nivel. Por debajo de la mesa, Alemania y Francia se ponen de acuerdo con Estados Unidos en función de sus intereses respectivos mientras que Italia obedece en silencio, aun cuando esa obediencia perjudica sus intereses nacionales. Eso es lo que permite al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, declarar, como lo hizo el 21 de mayo después de su encuentro con el presidente francés Emmanuel Macron, que: «Apoyaremos el orden internacional basado en las reglas frente al empuje autoritario de países como Rusia y China.»
China, país que la OTAN ponía hasta ahora en un segundo plano como «amenaza», concentrando su energía en la estrategia contra Rusia, pasa ahora al mismo plano. Esto es resultado de lo que sucede en Washington, donde la estrategia contra China está a punto de convertirse en ley.
En efecto, el 15 de abril, por iniciativa del senador demócrata Bob Menéndez y del republicano James Risch, se presentó al Senado estadounidense el proyecto de ley S. 1169 sobre la Competencia Estratégica con China. La explicación misma de esa ley no deja espacio a la duda sobre el hecho de que se trata de una confrontación en todo sentido:
«La República Popular China está sacando partido de su poder político, diplomático, económico, militar, tecnológico e ideológico para convertirse en un competidor mundial estratégico, casi en igualdad, para Estados Unidos. Las políticas que la República Popular China aplica cada vez con más frecuencia en esos sectores son contrarias a los intereses y valores de Estados Unidos, de sus socios y de gran parte del resto del mundo.»
Partiendo de ese presupuesto, el proyecto de ley enuncia las medidas políticas, económicas, tecnológicas, mediáticas, militares y otras contra China, medidas tendientes a debilitarla y aislarla. Se trata de una verdadera declaración de guerra, y no precisamente en sentido figurado.
El almirante Philip S. Davidson, jefe del IndoPaCom (el Mando de las fuerzas de Estados Unidos en el Océano Índico y el Pacífico), solicitó al Congreso 27 000 millones de dólares para instalar alrededor de China una cortina de bases de misiles y de sistemas de satélites, incluyendo una constelación de radares montados en plataformas espaciales.
Mientras tanto, Estados Unidos incrementa también la presión militar sobre China: navíos lanzamisiles de la Séptima Flota navegan por el Mar de China Meridional, bombarderos estratégicos de la US Air Force han sido desplegados en la isla de Guam –oeste del Pacífico– mientras que drones Triton de la marina de guerra estadounidense también han sido desplegados aún más cerca del territorio chino, transfiriéndolos de Guam a Japón.
Siguiendo los pasos de Estados Unidos, la OTAN extiende su estrategia de tensión al este de Asia y la región del Pacífico [2], donde, según anuncia Stoltenberg, «tenemos que fortalecernos estratégicamente con socios cercanos, como Australia y Japón».
Así que el Parlamento Europeo no sólo ha dado un paso más en la «guerra de las sanciones» contra China. También ha concretado un nuevo paso para arrastrar Europa a la guerra.
Manlio Dinucci
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