En la prensa occidental está de moda adoptar un aire doctoral para explicar la rivalidad entre Arabia Saudita e Irán aludiendo a conflictos de carácter religioso entre sunnitas y chiitas o a rivalidades de tipo étnico entre árabes y persas. Lo cierto es que la Historia contradice esas interpretaciones… mientras que basta una simple ojeada al mapa de los hidrocarburos para aclarar toda interrogante sobre ese conflicto.
La escalada entre Arabia Saudita –primera potencia petrolera global, con una población de 27,7 millones de personas (80% de sunnitas y un 20% de chiitas concentrados en Qatif y su provincia oriental) e Irán (81,8 millones de habitantes, país indoeuropeo de mayoría chiita y segunda potencia global en cuanto a gas natural), es mucho más geopolítica que religiosa y/o étnica, como distorsiona la balcanizadora narrativa israelí-anglosajona.
Durante el reinado del sha de Irán, Arabia Saudita fue su gran aliado bajo la férula de Estados Unidos.
Hoy la compleja escalada entre Riad y Teherán refleja la fractura global, el incendio del «Gran Medio Oriente» y la lucha por los liderazgos del mundo islámico y la OPEP.
La fractura geoestratégica de Estados Unidos con Rusia/China es concomitante a la trampa demográfica de Brzezinski/Stratfor recurriendo a la «carta islámica» para desestabilizar las entrañas del RIC (Rusia, India y China).
Rusia cuenta en su población un 20% de tártaros sunnitas; la India, Estado nuclear, es hoy el país que más musulmanes cuenta entre su población (20%) y China cuenta 10 millones de uigures/mongoles sunnitas, parte de los «pueblos túrquicos», en la superestratégica «provincia autónoma de Xinjiang», pletórica de gas y uranio.
El ex primer ministro israelí general Ariel Sharon trazó al «Gran Medio Oriente» con una línea horizontal, desde Marruecos hasta Cachemira (hasta donde llegaron las protestas contra Arabia Saudita) y una línea vertical desde el Cáucaso –el «bajo vientre» de Rusia– hasta el Cuerno de África.
La Organización de la Conferencia Islámica, con 57 países miembros, cuenta 1 600 millones de feligreses –¡22% del género humano!– con 80% de sunnitas –lo cual no es en realidad tan homogéneo debido a sus diferentes escuelas jurídicas de interpretación del Corán– y casi un 20% de chiitas, que tampoco es uniforme debido a sus múltiples sectas (alauitas de Siria, hutíes/zayditas de Yemen, alevíes de Turquía, ismaelitas de la India, etc.).
Destacan las "minorías" chiitas en la India, Pakistán y Afganistán (zona desestabilizada por el "megajuego" geoestratégico de Estados Unidos contra el RIC).
La cartografía de los mundos árabe e islámico resalta la mayoría del chiismo en Irak (85%), Bahréin (85%) y Líbano (50%), hasta sus pletóricas "minorías" en la India y Pakistán/Afganistán.
Alrededor de 400 millones de chiitas se distribuyen en 100 países y el 80% se asientan en 5: Irán (81,8 millones), la India (45,4 millones), Pakistán (42,5 millones), Irak (24,5 millones) y Turquía (20 millones).
Más allá de la disputa entre Irán y Arabia Saudita por el liderazgo religioso del mundo islámico, Riad –custodio de los sitios sagrados de La Meca y Medina– ha perdido a dos privilegiados aliados sunnitas: Saddam Hussein, quien gobernaba a la mayoría chiita en Irak (imagen al espejo, en Siria, de Bachar al-Assad, miembro de la rama alauita, o sea un 15% de la población siria, frente al 80% de sunnitas) y Hosni Mubarak de Egipto, derrocado por la artificial primavera árabe instigada por Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero Irán, en cambio, ha extendido su influencia a varios puntos del mundo árabe: Líbano, con el Hezbollah; Siria, con los alauitas en guerra contra Arabia Saudita/Turquía/Qatar; Yemen, donde Arabia Saudita libra una guerra contra los hutíes, y Bahréin, donde Riad intervino militarmente para sofocar la rebelión de la mayoría chiita.
La escalada de Arabia Saudita e Irán llegó a un punto casi paroxístico con la muerte masiva de peregrinos iraníes en La Meca, reportada como «estampida» por Riad y fustigada por Teherán como un deliberado asesinato de cerca de 500 peregrinos persas, entre quienes se encontraba el anterior embajador de Irán en Líbano.
Más allá de lo consabido e interpretado, además de los planes de multibalcanizaciones de Irán y Arabia Saudita propalados por el Pentágono y el New York Times, cabe rastrear pistas radiactivas:
- 1) Las reservas de divisas de las 6 petromonarquías árabes del Golfo Pérsico que contemplaron lanzar el gulfo;
- 2) la paridad fija del riyal, la divisa saudita, con el dólar;
- 3) el petróleo de Qatif.
No es el mejor momento para que Arabia Saudita e Irán prosigan su escalada, cuando el nuevo rey saudita trata de consolidarse en el trono e Irán (con 109 000 millones de dólares de reservas frente a cerca de 650 000 millones de dólares de Arabia Saudita) anhela el inminente levantamiento de las sanciones, a cambio de la desactivación de su proyecto nuclear, para recuperar sus 150 000 millones de dólares embargados por Estados Unidos.
Las recientes 47 ejecuciones en Arabia Saudita incluyeron a 43 sunnitas "terroristas" –yihadistas y de Al Qaeda, quienes buscan derrocar a la casa real de los Saud– y otros 4 chiitas: el jeque Nimr al-Nimr –oriundo de Qatif, venerado por los jóvenes y quien amenazó con una secesión– con otros 3 clérigos, lo cual desató la furia de todos los chiitas del mundo cuando el Hezbollah acusó a Estados Unidos de encontrarse detrás de esas decapitaciones.
Stratfor, centro texano-israelí considerado como «la CIA en la penumbra», comenta que la controversia sobre el prelado al-Nimr «ha estado hirviendo durante años»: detenido en julio de 2012 «por incitar a los activistas chiitas en la región petrolera y Provincia Oriental de mayoría chiita en Arabia Saudita» cuando, durante la «primavera árabe», Riad «ya había intervenido en Bahréin, su pequeño vecino de mayoría chiita, para reforzar el orden sunnita en la península arábiga».
Al igual que en la guerra entre Irak e Irán, cuyo objetivo fue desangrar tanto al sunnita Saddam Hussein como a la revolución islámica chiita del ayatola Jomeini, Estados Unidos vendió armas a ambas partes para desangrarlas. ¿Busca ahora Estados Unidos aplicar nuevamente ese clásico modelo a Arabia Saudita e Irán?
Ambrose Evans-Pritchard, feroz portavoz de la casa real británica, enuncia que la colisión de Arabia Saudita con Irán «se acerca al punto peligroso del mercado del mundo petrolero».
Evans-Pritchard asevera que la «agravada minoría chiita», 15% (sic) de la población de Arabia Saudita, «vive sobre los gigantescos campos petroleros sauditas en la Provincia Oriental, donde destaca la ciudad de Qatif».
Evans-Pritchard cita a Alí al-Ahmed, director del Instituto de Asuntos del Golfo, con sede en Washington, quien expone que «Qatif es el centro neurálgico de la industria petrolera saudita», la «gran estación central» donde «desembocan 12 oleoductos juntos para abastecer las inmensas terminales de petróleo en Ras Tanura y Dharan» y son vulnerables a las acciones de tipo comando.
Evans-Pritchard destaca que «la mayor parte de los 10,3 millones de barriles al día de producción de Arabia Saudita», vigilada por 30 000 guardias, «atraviesa el corazón chiita, que ahora hierve con furia» y que una «interrupción de unos pocos días puede provocar un pico [del precio] del petróleo» –a 200 dólares o más el barril–, «y desatar una crisis económica global».
¡El maná geopolítico por el que suspiran los especuladores de hedge funds de Wall Street/La City (New York/Londres)!
Habrá que seguir con microscopio electrónico las posturas de Turquía (única potencia sunnita de la OTAN), de Pakistán (única potencia nuclear sunnita) y Egipto (máxima potencia militar árabe), que ha adoptado una prudente actitud neutral, más por sus lazos recientes con Rusia y China y por repulsión a la Hermandad Musulmana –patrocinada por Turquía y Qatar– que por amor a Irán.
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