A lo largo de la Historia, es evidente que toda civilización tiene un comienzo y... también un fin. Estos finales suelen ser casi siempre periodos muy convulsos, tanto económicamente como socialmente. Pero, por mucho que a algunos les aterre pensar en el final de nuestro sistema, o por mucho que les pueda parecer algo improbable a día de hoy, no podemos dejar de tener en cuenta esta probabilidad de suceso, que algún día se tornará cierta. Evitar tocar el tema no va a hacer menos incierto nuestro destino (o el de nuestros descendientes), ni tan si quiera va a retrasarlo: más bien al contrario.
Sin entrar en el terreno de lo agorero, trataremos de abordar el tema con la mayor objetividad y rigor que semejante cuestión permite (la siempre pretendida marca de la casa). Lo cierto es que hay científicos y economistas que monitorizan continuamente esta cuestión, e incluso trabajan con indicadores que ponderan una mayor o menor probabilidad de colapso del sistema en cada momento.
Para aquellos que estén tentados de dejar de leer ya acerca de hipótesis potencialmente remotas
Desde que un servidor iba al colegio, era consciente de que la civilización occidental colapsaría algún día, pero en todos estos años que nos separan nunca he encontrado estudios o expertos que aborden el tema de forma académica. Por ello el tema en cuestión ha estado apartado en mi mente, criando polvo en la estantería que sólo desempolvo en esas pocas ocasiones en las que se tercia hablar de temas interesantes, pero el rigor no es necesariamente un problema. La verdad es que ese proceder ha cambiado recientemente, desde que leí
este artículo de la BBC que trata el tema con unos mínimos de calidad académica, a pesar de lo complejo que resulta conseguirlo en este caso concreto.
El artículo abre de forma magistral con una cita introductoria del economista Benjamin Friedman, que comparó la sociedad occidental moderna con la equilibrio de una bicicleta, cuyas ruedas se mantienen girando gracias al crecimiento económico. Si en algún momento cesa ese movimiento que le impulsa hacia adelante, o se aminora la velocidad, los pilares que sostienen nuestra sociedad - democracia, libertades individuales, tolerancia social, etc. - empezarían a resquebrajarse. El artículo aventura que, si se iniciase ese fatal proceso, nuestro mundo se volvería un lugar cada vez más inhóspito, en el que se acabaría luchando por los recursos limitados, y generándose un rechazo social hacia cualquier individuo externo a nuestro círculo más inmediato. En caso de no encontrar la forma de volver a poner las ruedas en movimiento, y hacerlas girar de nuevo, acabaríamos enfrentándonos a un colapso social.
Para los que a estas alturas estén tentados de dejar de leer este artículo, por haber superado ya su umbral de tolerancia a suposiciones potenciales e hipotéticas, permitánme hacer un último intento por retenerles leyendo. Como bien apunta el artículo anterior, y como un servidor ha pensado desde muy joven, este tipo de colapsos han ocurrido muchas veces a lo largo de la Historia, y ninguna civilización, por mucho esplendor que haya logrado en su máximo apogeo, es inmune a las vulnerabilidades que pueden acabar con una sociedad. Independientemente de lo bien que pueda parecer que van las cosas en el presente, la situación siempre puede cambiar, y de hecho a veces lo hace incluso muy bruscamente. La pregunta que cierra la introducción es que, dado que resulta evidente que la humanidad ha entrado hoy en día en una fase de incertidumbre creciente, e incluso ya hasta de cierta insostenibilidad para algunos, ¿Cómo de cerca estamos ahora mismo del punto de no retorno?
¿Con qué indicadores contamos para entrever la cercanía o lejanía del fin de la civilización occidental?
Partiendo del hecho de la manifiesta imposibilidad de predecir el futuro, bien es cierto que se pueden tener indicadores más o menos fundamentados, que combinen matemáticas, ciencia e Historia, y que arrojen algo de luz sobre esta obtusa cuestión. Como explicaba la BBC, el equipo del académico Safa Motesharrei, un especialista en sistemas de la Universidad de Maryland, se ha puesto manos a la obra (o más bien al teclado) para elaborar modelos computacionales que nos permitan un mayor entendimiento de los mecanismos que conducen, o bien a la sostenibilidad local y/o global, o bien al colapso. Según las investigaciones que publicaron en 2014, hay dos factores principales: la huelga ecológica, y la estratificación económica (que un servidor llamaría más bien "estratificación socioeconomía").
Lo que resulta paradójico es que, a pesar de que vivimos la mayoría más en sociedad que en la naturaleza, somos en general más conscientes del riesgo ecológico, pero en muchos casos no sabemos ver el riesgo socioeconómico que habita entre nosotros mismos. Ya saben cómo desde estas líneas siempre les hemos hablado de que la desigualdad es una importante causa de inestabilidad social, y de tornarse extrema puede resultar fatal para todos, ricos y no ricos. Hacia tiempo que tenía el tema de la desigualdad en el tintero de los artículos que les escribo, y qué mejor ocasión que ésta para traducirlo en palabras con sentido (espero). Dado que el factor ecológico ya ha sido ampliamente difundido en otros medios, nos centraremos pues en factor de la estratificación económica que, dicho será de paso, encaja mucho mejor con la temática salmón de obligado seguimiento en estas líneas.
¿A qué apuntan los indicadores socioeconómicos de este problema a futuro?
No hace falta decir que, frente a la desigualdad, no estoy en absoluto abogando por el modelo antagónico de pasar el rastrillo para forzar una igualdad de rasero que ni nunca existe, ni debe existir. Y no debe existir porque tampoco parece sostenible una sociedad en la que no se reconozca al que más méritos hace o tiene, o simplemente al que trabaja más (o mejor). Si el esfuerzo no se recompensa de alguna forma, al final (casi) nadie acaba esforzándose.
Asumamos pues como premisa que debe existir cierta desigualdad que fundamente la meritocracia, y que fomente que haya ciudadanos que tengan un acicate para redoblar sus esfuerzos personales y profesionales, revertiendo su esfuerzo en progreso y avances socioeconómicos para la sociedad en su conjunto Volviendo pues al tema. Con ello, la pregunta clave que espero que esté rondando sus mentes debería ser: bien, es necesario para el buen funcionamiento del sistema cierta dosis e desigualdad, pero ¿De qué nivel de desigualdad en concreto estamos hablando? No les voy a contestar yo a esa difícil pregunta, sino que se la van a contestar ustedes mismos.
Aparte de lo delicado del tema, dada la gran dificultad de ponderar el nivel de desigualdad necesario y beneficioso, en vez de centrarnos en términos absolutos, lo vamos a hacer en términos relativos. Para ello, nos vamos a transportar en el tiempo unas décadas atrás, a una época que resulta, ¡Oh, casualidad!, sensiblemente menos incierta y menos inestable que la actual (con el debido permiso de la Guerra Fría, pero en realidad debemos centrarmos en estabilidad social, recuerden). Según los anales de la econometría moderna, en los años 70 la diferencia entre el sueldo de los altos ejecutivos y los trabajadores en USA era de unas veinte/treinta veces. En 2012, la remuneración recibida por los ejecutivos de las compañías del S&P500 multiplicó por 354 la de la media del resto de trabajadores.
Con ese dato creo que tendrán el tema meridianamente claro. Tal vez no sepamos definir el umbral de desigualdad que marca un impacto beneficioso para el sistema en su conjunto, pero lo que parece claro es que es difícil que éste esté casi veinte veces por encima de donde se situaba la brecha salarial en los 70. La brecha de ha convertido en sima. Con ello parece razonable y objetivo afirmar que actualmente el nivel de desigualdad alcanzado en Occidente es excesivo, y, por tanto, perjudicial para el sistema. Buena muestra de ello puede ser el descontento social existente en unos cuantos países, pero además de la desigualdad en sí misma, casi es más importante la percepción de esa desigualdad. Tanto una como otra está claro que han aumentado notablemente en los últimos tiempos. Realmente, más que estratificación, en algunos países deberíamos hablar ya más bien incluso de polarización.
También puede ser muy influyente la desigualdad intersocietaria
Y eso que estamos hablando hasta ahora de desigualdad intrasocietaria. Si pasamos al plano de la comparación intersocietaria, el panorama es todavía más desalentador. Ya habrán leído en múltiples ocasiones lo que dicen las estadísticas, pero viene al caso citar aquí el dato que aportaba la BBC de que el 10% de la población mundial con mayores ingresos son responsables de casi tantas emisiones de gases invernadero como en 90% restante. Eso por no hablar de que alrededor del 50%de la población mundial vive con menos de tres dólares al día.
Este coctel a nivel intersocietario tampoco augura nada bueno, especialmente si sigue acentuando su fuerte tendencia. Simplemente hay que ver que los países más necesitados tienen unas tasas de fertilidad muy superiores a las occidentales, y cada vez la asimetría va a ser mayor. De no corregir el rumbo acabaremos en la inestable situación de unos países con mucha gente joven (en media más propensa al radicalismo y a la belicosidad), en situación de gran necesidad, y que mirará con deseo hacia ese Occidente rico y con la mayoría de personas en la tercera edad. Ya me dirán ustedes si el coctel que ya les citaba antes es o no explosivo.
Me despediré hoy volviendo al tema principal del artículo: la posibilidad de colapso de nuestros sistemas socioeconómicos. Un servidor ya saben que trata de evitar a toda costa entrar en lo tremendista, a pesar de los innumerables lectores que el tono sensacionalista da a otros medios. Pero también saben que mi aproximación a la economía pasa por evaluar las oportunidades... e inevitablemente, y con especial énfasis, también los riesgos. Siempre les digo que la sostenibilidad del sistema depende de su capacidad de adaptación a una realidad siempre cambiante, y los riesgos son un aspecto clave en una anticipación que resulta clave: aplicar paños calientes siempre es un remedio menos efectivo y más costoso socioeconómicamente, que evitar la crisis (o al menos paliarla al máximo con previsión y planificación). El mejor problema es el que no llega a ocurrir, también en economia.
Recuerden que, aunque en un país se pueda lograr cierto nivel de anticipación a las crisis, se pueda llegar a paliarlas adecuadamente, y se consiga ir progresando socioeconómicamente, ni aun así nadie está a salvo. Nada puede evitar que, en el país de al lado, un incorrecto desempeño económico les lleve al colapso, y opten por el expansionismo territorial como forma de tapar sus vergüenzas. Hace unos días publiqué lo siguiente en Twitter: "America first", "Nederlands eerste", "France première", "Türkiye ilk"... Joé, nunca he visto una carrera con tantos en primera posición
Y tengan en cuenta que, con tantos participantes que se creen con el derecho inalienable e innato de ir en cabeza per sé, más que por su desempeño y méritos socioeconómicos, al final alguno puede salir rana y empezar a "repartir" a diestro y siniestro: es un recurso clásico, muy socorrido, y efectivo, que algunos no dudarán y no dudan en enarbolar para tapar gestiones internas fatales, que degeneran en desastre socioeconómico. Obviamente no todos los ricos son iguales, pero algunos de ellos deberían empezar a plantearse lo de combatir un poco la desigualdad, y ya no lo digo porque contribuya en cierta medida a construir un mundo más justo (que lo hace), sino que lo digo porque, en su mentalidad, deberían contemplarlo incluso aunque sea desde un punto de vista puramente egoísta.