Se equivocan quienes creen que, en el fondo, Occidente ha estado a punto de ir a la guerra contra Siria por el oro negro. Como siempre, como en Irak, dicen algunos. Bajo el suelo sirio hay petróleo, desde luego. Se le estiman unas reservas probadas de unos 2.500 millones de barriles, el 0,1% del total global. Nada de lo que no podamos prescindir. En los cálculos de quienes defienden la necesidad de castigar militarme al régimen de Bashar al Assad figuran otras consideraciones. La voluntad de responder al uso de armas químicas, por ejemplo, es genuina, y responde a motivaciones tanto éticas como de «real politik». La inestabilidad que pueden generar en la región dos millones de refugiados es otro factor en su análisis.
Los estrategas políticos y militares ven la geografía mundial en un mapa muy particular. Les gusta barajar hipótesis como el riesgo -real- de contagio de la guerra siria a un país como Irak, donde los chiíes tienen el poder, los kurdos el petróleo y los suníes a Al Qaida. Esa fue la lógica de la «teoría del dominó» comunista que llevó a EE.UU. a morir en Vietnam. En Siria, la intervención occidental comenzó en realidad hace años, y tiene que ver con Irán.
Ya en 2007, el legendario reportero de «The New Yorker» Seymour Hersh destapó que Estados Unidos estaba realizando operaciones especiales en Irán y, de rebote, en Siria. Teherán y Damasco conforman con Hizbolá, el grupo chií libanés, un «arco chií» que rivaliza estratégicamente con Washington y sus aliados en la zona, Arabia Saudí, Turquía, las monarquías del Golfo y, cada vez más, los kurdos de Irak. En 2009, el exministro de Exteriores francés Roland Dumas reveló que Gran Bretaña también realizaba operaciones encubiertas en territorio sirio. Desde el estallido de la guerra civil, ambos países entrenan a grupos rebeldes a Al Assad, que gobierna el país con el apoyo de la minoría alauí, una escisión del chiísmo.
Irán en el centro
En sus dubitativas deliberaciones sobre lanzar o no lanzar los Tomahawk sobre Siria, Obama y sus asesores tienen en mente un mapa que, en realidad, gira en torno a Irán, la gran amenaza nuclear de la zona. «Un fracaso en oponernos al uso de armas químicas debilitaría la prohibición de usar otras armas de destrucción masiva y fortalecería a Irán, aliado de Assad», dijo Obama en su mensaje a la nación esta semana.
¿Y, entonces, el petróleo? La energía forma parte del contexto geoestratégico en el que se desarrolla el drama sirio. Siria llegó a producir 600.000 barriles diarios en 1996. Pero, en 2011, produjo solo 334.000 barriles (según BP), la mayoría para consumo doméstico, y ahora la guerra civil ha reducido a la mitad su producción. La verdadera implicación energética del conflicto no está en el lado de la oferta. Siria, un productor menor, ocupa un lugar estratégico como país de tránsito. Y Al Assad lo sabe.
Justo antes del estallido de la guerra civil, se refirió a su estrategia energética como la de «los cuatro mares», al erigirse en lugar de paso que conecta el Mediterráneo, el Caspio, el Mar Negro y el Golfo Pérsico. Así, en mayo de 2009, el emir de Qatar y el presidente turco Erdogán anunciaron un proyecto para construir un gasoducto que lleve el gas catarí a Turquía pasando por Siria. El pequeño emirato del Golfo tiene las terceras mayores reservas de gas natural del mundo, y es el primer productor mundial de gas licuefactado (LNG).
En suelo turco, el gas del pozo catarí de North Pars conectaría con el gasoducto Nabucco, el malogrado proyecto estratégico europeo con el que la UE quiere sortear su dependencia energética de Rusia. Según Bruselas, debería estar operativo en 2018. Pero, para muchos, es una quimera irrealizable. Estaba diseñado para transportar el gas iraquí y del Caspio hasta Austria pasando por Turquía y Bulgaria. Sin embargo, en julio sufrió un serio revés comercial cuando Azerbaiyán eligió otro gasoducto, el llamado Trans-Adriatic-Pipeline, para llevar su gas a partir de 2017-2018 hasta Italia vía Turquía, Albania y Grecia. Rusia produce el 32% del gas natural que consumen los hogares europeos. Qatar el 9%. Europa necesita proyectos como el turco-catarí para reducir su dependencia de Rusia. Pero el régimen sirio se opone.
Proyecto Irak-Irán
No sorprende, por tanto, que Qatar y Turquía sean -junto a Arabia Saudí- los grandes patrocinadores de los grupos rebeldes que combaten contra Assad. Ni que Rusia, gran beneficiario del status quo, sea el gran padrino político y militar de Damasco. Las rutas que llevan el gas de los grandes centros productores en Rusia, el Caspio y el Golfo Pérsico hacia Europa constituyen un endiablado tablero estratégico en el que, por ahora, pierde la UE. EE.UU. pisa más seguro. En 2017 superará a Arabia Saudí como primer productor de crudo y, en 2035, alcanzará la autosuficiencia energética gracias, en parte, a la revolución del gas pizarra (shale gas).
Aunque la geopolítica de la energía no constituye la causa directa de los conflictos en Oriente Medio, es una pieza clave para entenderlos. Algunos minusvaloran su importancia en el caso sirio. «Si la guerra civil siria no ha provocado ya una crisis energética, una intervención estadounidense no cambiaría mucho las cosas», cree Guy Caruso, exresponsable de Energía de George W. Bush. Otros analistas lo ven, en cambio, como una guerra de oleoductos. «Parece que los intereses propios encontrados de Arabia Saudí y Qatar están determinando una política de EE.UU. en Siria centrada en el petróleo e igualmente interesada», opina Nafeez Ahmed, especialista británico en conflictos.
En este complejo mapa, Irán e Irak tienen sus propios planes. En febrero pusieron en marcha un acuerdo entre Damasco, Bagdad y Teherán para construir un gasoducto que lleve el gas iraní a Siria pasando por Irak. Ambos países contemplan con horror el uso de armas químicas y la creciente penetración yihadista en suelo sirio, pero la posibilidad de una Siria post-Assad dominada por sus facciones suníes les causa peores pesadillas.
El gran mapa estratégico de Oriente Medio está proyectado en la guerra siria. Y todos los grandes países de la zona saben que el equilibrio militar que allí resulte determinará sus opciones, energéticas en este caso. Las zonas kurdas del norte, bastión rebelde, concentran los yacimientos sirios. Pero las montañas alauíes del Oeste, terruño de los Assad, son lugar de paso obligado para todos los gasoductos en liza. Tras casi tres años de conflicto, no se puede descartar una partición del país como resultado final de la contienda. Un escenario que invalidaría cualquier diseño energético en la zona.
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