La visita a Taiwán de la presidenta de la cámara de representantes del Congreso de EEUU, Nancy Pelosi, fue una acción temeraria pero no irracional, y dice mucho del agresivo juego que establece el gobierno de su país en el tablero mundial.
Washington movió un alfil que acecha al rey. Pero no para jaquearlo sino para apresurarlo. Para moverlo de su zona de confort. Para inquietarlo.
Básicamente para darle una patada a la existente mesa de acuerdos que permitió el advenimiento de la globalización, definida como el auge comercial ilimitado que se instauró al finalizar la Guerra Fría.
Con su arribo, Pelosi rompe el acuerdo de 1979 en el que EE.UU. reconoce a una sola China, cuya capital es Pekín, Taiwán es expulsado de Naciones Unidas y se establece que no puede haber visitas oficiales de funcionarios internacionales a la isla, sino únicamente encuentros de carácter privado. Ahora en cambio, la representante estadounidense dice a Taipei: "Queremos que el mundo los reconozca".
Así como lo hizo expandiendo la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia oriente, rompiendo acuerdos tácitos con Rusia, en esta ocasión el mensaje es el mismo: Washington quiere cambiar las reglas. Ya no le sirve la actual arquitectura mundial, donde era el otro hegemón, y decide replantear el juego más allá de los consensos que daban estabilidad al mundo.
Así como lo hizo expandiendo la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia oriente, rompiendo acuerdos tácitos con Rusia, en esta ocasión el mensaje es el mismo: Washington quiere cambiar las reglas. Ya no le sirve la actual arquitectura mundial.
Lo que muy probablemente ha culminado con este viaje y con el conflicto ucraniano es justamente la globalización, tal como la conocimos desde los noventa, y que tanta prosperidad y sensación de triunfo había causado en los EE.UU.
Cuando el secretario general de la ONU, António Guterres, a escasas horas de la llegada de la presidente de la cámara de diputados a Taipéi, dijo que el mundo estaba a "un solo malentendido o error de cálculo de la aniquilación nuclear", hacía referencia a esta arrojada acción vanguardista, casi kamikaze, que ha embravecido a un país con pretensiones de ser la principal potencia comercial del mundo.
La guerra comercial que inició el expresidente Donald Trump con las sanciones a China, ahora extremadas con la visita de Pelosi, ha finiquitado el concepto mismo de la "integración mundial" y ha regresado el mundo a una nueva guerra fría, muy parecida a la existente en la segunda postguerra, con los mismos puntos críticos.
Washington movió un alfil que acecha al rey. Pero no para jaquearlo sino para apresurarlo. Para moverlo de su zona de confort. Para inquietarlo.
Básicamente para darle una patada a la existente mesa de acuerdos que permitió el advenimiento de la globalización, definida como el auge comercial ilimitado que se instauró al finalizar la Guerra Fría.
Con su arribo, Pelosi rompe el acuerdo de 1979 en el que EE.UU. reconoce a una sola China, cuya capital es Pekín, Taiwán es expulsado de Naciones Unidas y se establece que no puede haber visitas oficiales de funcionarios internacionales a la isla, sino únicamente encuentros de carácter privado. Ahora en cambio, la representante estadounidense dice a Taipei: "Queremos que el mundo los reconozca".
Así como lo hizo expandiendo la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia oriente, rompiendo acuerdos tácitos con Rusia, en esta ocasión el mensaje es el mismo: Washington quiere cambiar las reglas. Ya no le sirve la actual arquitectura mundial, donde era el otro hegemón, y decide replantear el juego más allá de los consensos que daban estabilidad al mundo.
Así como lo hizo expandiendo la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia oriente, rompiendo acuerdos tácitos con Rusia, en esta ocasión el mensaje es el mismo: Washington quiere cambiar las reglas. Ya no le sirve la actual arquitectura mundial.
Lo que muy probablemente ha culminado con este viaje y con el conflicto ucraniano es justamente la globalización, tal como la conocimos desde los noventa, y que tanta prosperidad y sensación de triunfo había causado en los EE.UU.
Cuando el secretario general de la ONU, António Guterres, a escasas horas de la llegada de la presidente de la cámara de diputados a Taipéi, dijo que el mundo estaba a "un solo malentendido o error de cálculo de la aniquilación nuclear", hacía referencia a esta arrojada acción vanguardista, casi kamikaze, que ha embravecido a un país con pretensiones de ser la principal potencia comercial del mundo.
La guerra comercial que inició el expresidente Donald Trump con las sanciones a China, ahora extremadas con la visita de Pelosi, ha finiquitado el concepto mismo de la "integración mundial" y ha regresado el mundo a una nueva guerra fría, muy parecida a la existente en la segunda postguerra, con los mismos puntos críticos.
¿Por qué acabar con la globalización?
Si el proceso de mundialización parecía inexpugnable y apenas amenazado por grupos terroristas, islámicos y algún "extremista" estilo Corea del Norte, resulta que ahora es el propio actor que diseñó la globalización el que ha preferido "trancar el juego" y forzar a que se barajen nuevamente las piezas, cueste lo que cueste, en el escenario económico mundial.
No se trata de un "borracho belicoso" que abre frentes por doquier, sino de que a EE.UU. ya no le interesa el mundo tal como está, que tiene que parar el posicionamiento de China como primera potencia económica y eso, según sus cálculos, tiene que hacerlo ahora y no dentro de cinco o diez años, cuando China sea el corazón de la "globalización realmente existente" y no la que soñó cuando era el único actor de peso.
EE.UU. creó la globalización para sus intereses y ahora quiere levantar cortinas de hierro justo ahí donde las derribó. ¿O es que acaso el conflicto ucraniano no es un muro a Berlín? Recordemos que todo comenzó con el Nord Stream 2, que le proporcionaba a Europa y a su industria el precio de los combustibles a menos de la mitad del precio que ahora deben pagar.
La pandemia ha sido un catalizador de este conflicto debido a los estragos que causó en Occidente y el escenario favorable que permitió a China para acelerar su ventaja comercial, ante una recalentada economía estadounidense y europea.
Con el viaje en cuestión ha culminado también esa llamada "ambigüedad estratégica" con la que EE.UU logró, junto a China, cercar lo que se llamaba la Unión Soviética, que terminó cayendo.
Es lógico que Washington rompa este acuerdo con Pekín en torno a Taiwán, que no le sirve para romper la alianza ya no ideológica aunque sí comercial y geopolítica entre Pekín y Moscú, ambos cada vez más cerca desde que se arrecieran las sanciones de EE.UU. contra sus economías.
Entonces, EE.UU. ahora ha decidido rediseñar las relaciones internacionales, avivar viejos conflictos, y redefinir su interacción con países que veía como "potencias menores", que ya no lo son tanto.
En definitiva, Washington patea la mesa geopolítica, no a pesar de las dificultades financieras o comerciales que esto trae, sino justamente a partir de ellas mismas, porque la estabilidad comercial favorece a China, que mantiene un 'sprint' de crecimiento que EE.UU. no puede frenar desde la estabilidad y la "sana competencia" comercial que, bien o mal, ha venido imperando desde comienzos de los noventa.
Este es sin duda un raro "fin de las ideologías". Por un lado, no hay lucha entre sistemas o modelos económicos contrarios, sino entre distintas formas de capitalismo. Pero en paralelo también se van desempolvando los retratos de Chiang Kai-shek y Mao Tse-Tung, lo que recuerda el viejo choque ideológico como si su desenlace definitivo no hubiera tenido lugar.
EE.UU. quiere volver (y vaya que en cierta forma lo está logrando), al esplendor de la guerra fría en la que había cortinas de hierro, dos Chinas y la OTAN acechaba a Rusia.
Entonces, EE.UU. ahora ha decidido rediseñar las relaciones internacionales, avivar viejos conflictos, y redefinir su interacción con países que veía como "potencias menores", que ya no lo son tanto.
En definitiva, Washington patea la mesa geopolítica, no a pesar de las dificultades financieras o comerciales que esto trae, sino justamente a partir de ellas mismas, porque la estabilidad comercial favorece a China, que mantiene un 'sprint' de crecimiento que EE.UU. no puede frenar desde la estabilidad y la "sana competencia" comercial que, bien o mal, ha venido imperando desde comienzos de los noventa.
Este es sin duda un raro "fin de las ideologías". Por un lado, no hay lucha entre sistemas o modelos económicos contrarios, sino entre distintas formas de capitalismo. Pero en paralelo también se van desempolvando los retratos de Chiang Kai-shek y Mao Tse-Tung, lo que recuerda el viejo choque ideológico como si su desenlace definitivo no hubiera tenido lugar.
EE.UU. quiere volver (y vaya que en cierta forma lo está logrando), al esplendor de la guerra fría en la que había cortinas de hierro, dos Chinas y la OTAN acechaba a Rusia.
¿Una jugada defensiva o ofensiva?
Al corto plazo la jugada de Pelosi parece muy ofensiva y riesgosa por la crisis mundial que se ha acelerado desde la llegada del presidente de EEUU, Joe Biden, a la Casa Blanca. Pero, al largo plazo, puede ser vista más bien como defensiva porque su objetivo es bloquear el juego de China ante su acelerado crecimiento, que podría sobrepasar en pocos años a la economía estadounidense.
La apuesta de EE.UU. es frenar ese avance antes de que tenga efecto el aumento considerable en presupuesto militar de China, que se disparó como respuesta al conflicto ucraniano.
Este es sin duda un raro "fin de las ideologías". Por un lado, no hay lucha entre sistemas o modelos económicos contrarios, sino entre distintas formas de capitalismo.
El teatro de operaciones que emerge a partir de la visita de Pelosi es fundamentalmente marítimo. China es un país que puede ser cercado por sus costas, debido a que está rodeada por islas que son enemigas o potenciales enemigas. Además, su comercio depende mucho del estrecho de Malaca (paso comercial más transitado del mundo).
La reciente Alianza estratégica militar entre Australia, Reino Unido y EE.UU. (Aukus), establecida el año pasado, ya había marcado una nueva cancha, incorporando al primero como país activo en la contienda actual que, con la anunciada fabricación de una flota de submarinos de propulsión nuclear, puede intervenir en el nuevo teatro de operaciones que se expande a todo el Indo-pacífico y especialmente en torno a las rutas comerciales chinas.
Ahora, comenzaremos a ver la postura de los países que hacen parte de la "Ruta de la Seda 2.0", diseñada por Pekín, y la reacción de Europa, que cada vez funge como aliada automática de EE.UU. pero cuya crisis económica no aguanta más conflictos comerciales.
Pelosi, a la caza de votos
Al evento debe darse también una lectura relacionada con los intereses internos (político-electorales) que ha sabido explotar bien Pelosi con su arribo a Taipei. Pensamos, sobre todo, en las elecciones de medio término.
Erigirse como la "vanguardia antichina" roba votos al expresidente Donald Trump (en campaña) y a los republicanos, que han lucido divididos a la hora de calificar el viaje.
Pelosi toma la iniciativa política y le da a los demócratas un "oxígeno nacionalista", que posiblemente le permita cosechar votos en noviembre.
La estrategia de China
A China no le interesa un conflicto en sus fronteras. Tampoco le conviene intensificar la guerra comercial con EE.UU. ni mucho menos atizar ahora un conflicto con Taiwán.
Como se dice en el dominó: "quien va ganando la partida, no tranca el juego".
Pero China va a tener que actuar y como no se puede permitir una guerra en sus mares y estrechos, va a tener que presionar financieramente a Taiwán. Sería muy sabio de su parte si se inhibe de caer en la provocación, pero tampoco puede mostrar una debilidad que termine de aupar una reconsideración de Occidente sobre Taipei, cuyo gobierno es apenas reconocido ahora por un puñado de pequeños países y por ninguna potencia mundial.
Pekín se encuentra en una encrucijada, no debe alterar la estabilidad comercial que le da tantos dividendos, pero ello tampoco puede llevarlo a ser permisivo con la intención de EE.UU. de cambiar el estatus actual de Taiwán, porque su próximo paso puede ser aun más atrevido.
China es conocida por su sabiduría y paciencia, que ahora más que nunca tendrá que aplicar.
Ociel Alí López es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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